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Mareas de cambio: elecciones latinoamericanas 2023 y la oleada anti-incumbente

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Latinoamérica tiene una larga historia política de extremos. A lo largo de su historia y hasta hoy en día, especialmente desde la pandemia de COVID-19, el descontento generalizado con el status quo, la reducida velocidad de crecimiento y las tensiones financieras han creado malestar en los ciudadanos medios. El resultante deseo extremo de cambio impulsa en gran parte dos fenómenos presentes en el voto latinoamericano: el voto anti-titular y el voto impulsado por el enojo (“el voto de enojo”). Estos tipos de votación están prevalentes notablemente en los cuatro países que tienen elecciones presidenciales este año, Guatemala, Paraguay, Ecuador y Argentina, donde el voto anti-titular y el voto de enojo tienen el potencial de cambiar el futuro de cada país.

Las recientes elecciones presidenciales de Guatemala en agosto, que culminaron con la victoria histórica de Bernardo Arévalo, encarnan una sorprendente desviación del status quo que ha dominado durante mucho tiempo el panorama político del país. Sandra Torres, opositor de Arévalo en las elecciones presidenciales guatemaltecas, representa un marcado contraste con la agenda reformista que encarna Arévalo. Torres, que tuvo el apoyo de instituciones establecidas y tiene una larga historia política, se ha presentado a múltiples elecciones presidenciales anteriores e incluso ha servido como primera dama de Guatemala. Su candidatura simbolizaba la continuación de un establecimiento político más conservador en el país. En este contexto, la victoria de Arévalo sobresale como una ruptura con este orden establecido, señalando un sentimiento fuerte de oposición a la titularidad y el anhelo de un enfoque nuevo y reformista de la gobernanza. 

Durante años, Guatemala ha experimentado una serie de presidentes conservadores, impulsados en parte por el miedo a los grupos rebeldes de izquierda que habían perpetrado atrocidades durante la guerra civil del país. Esta elección, sin embargo, refleja un cambio en el sentimiento público alejado de instituciones políticas establecidas, que habían luchado con problemas de corrupción, incluyendo presidentes anteriores como Jimmy Morales, Efraín Ríos Montt, Otto Pérez Molina, e incluso el reciente Alejandro Giammattei. El deseo de cambio del electorado y su infelicidad con el status quo han llevado a un líder reformista y de izquierda a la vanguardia, en un notable cambio político alejado del gobierno conservador establecido.

La historia de Guatemala está marcada por duros extremos políticos, un giro péndulo que se hace eco de los días de su último presidente elegido democráticamente, el propio padre de Arévalo, Juan José Arévalo. Su presidencia trajo un despertar democrático a través de la creación del sistema de seguridad social del país y una fuerte defensa de la libertad de expresión. Este período de progreso duró poco, ya que el golpe de estado de 1954, en parte perpetrado por los Estados Unidos, sumió a la nación en décadas de gobierno militar y guerra civil. 

Las recientes elecciones presidenciales de Paraguay, que tuvieron lugar en abril, ejemplifican una forma menos tradicional de voto anti-titular y el voto de enojo que se distingue de las tradicionales formas de cambios de partido político, lo que se observa en otros países. En esta elección, el presidente y el vicepresidente en ejercicio no eran elegibles para reelección, abriendo la puerta a un cambio significativo. Santiago Peña surgió como el vencedor, un ex-economista del Fondo Monetario Internacional y un ministro de finanzas de alto nivel con un historial de servicio dentro del Partido Colorado dominante. Este partido conservador ha mantenido su control sobre la política paraguaya, particularmente en la arena presidencial, durante casi ocho décadas, que se remontan a 1948. 

A pesar de este dominio partidista de larga data, las elecciones demostraron un cambio en el sentimiento público que no se trataba tanto de cambiar de partido político como de elegir entre candidatos. A lo largo de su campaña, Peña enfrentó el desafío de distanciarse delicadamente de su mentor político, Horacio Cartes, ya que Cartes había enfrentado acusaciones de corrupción y conexiones con Hezbolá, lo que requería que Peña lograra un equilibrio entre la unidad del partido y la lealtad, y abordar las preocupaciones de los votantes. Sin embargo, la campaña de Santiago Peña lo presentó como una cara fresca, ofreciendo un estilo de liderazgo diferente a pesar de su servicio previo dentro del Partido Colorado. Este cambio matizado significó el deseo de un cambio en el liderazgo y la dirección de las políticas dentro del marco político existente, reflejando una forma más moderada de anti-incumbencia.

La elección se distinguió además por la insatisfacción del público con el gobierno en ejercicio, simbolizada por el anterior presidente, Mario Abdo Benítez, quien enfrentó críticas globales significativas por su manejo de la pandemia de COVID-19. Si bien Paraguay recibió elogios desde el principio por su manejo de la pandemia, los manifestantes salieron rápidamente a las calles un año después, cuando las muertes se dispararon, las UCI se sobrecargaron, la pobreza aumentó y la calidad de vida, incluso tan baja como en algunos lugares, se vio afectada.

En este contexto, el resultado de las elecciones desafió el cambio más amplio hacia la izquierda en los gobiernos latinoamericanos en los últimos años, subrayando una forma única de anti-incumbencia que prioriza a los candidatos y políticas individuales en lugar de un cambio radical en las afiliaciones de partidos. Mostró el deseo del electorado paraguayo de mejorar la gobernanza y mejorar las condiciones de vida, reflejando un cambio en las mareas políticas que se centraron en un cambio en liderazgo individual, en lugar de la afiliación a los partidos, dentro del marco conservador establecido.

Las elecciones de Ecuador este año también muestran un profundo deseo de cambio. Apenas 11 días antes de las elecciones, Fernando Villavicencio, un candidato anticorrupción, fue trágicamente asesinado a tiros, revelando la creciente influencia de organizaciones internacionales del crimen y carteles de la droga en Ecuador. Las tasas de homicidios del país han aumentado, cuadruplicando desde 2018 y superando aún las de México y Colombia. El presidente incumbente, Guillermo Lasso, un ex-banquero conservador, decidió no buscar la reelección en la primera vuelta de las elecciones, después de su polémica relación con la asamblea mayoritaria de izquierda que trató de someterlo a un proceso de destitución en mayo, revelando sentimientos enojados y anti-titulares. Con la disolución de la asamblea, las leyes ecuatorianas ordenaron elecciones tanto para una nueva asamblea como para un nuevo presidente. La primera vuelta de las elecciones en agosto no produjo un claro ganador, sino que reveló una nación dividida. Luisa González, quien sirvió bajo el popular ex-presidente de izquierda Rafael Correa, obtuvo el 34% de los votos, destacando la influencia duradera de Correa a pesar de su exilio autoimpuesto. En la segunda vuelta de las elecciones de octubre, Daniel Noboa, un candidato de centro-derecha sin experiencia política, salió victorioso, enfatizando el deseo de cambio del público. La campaña de Noboa se centró en reforzar los fondos para que el ejército y la policía recuperen el control de los puertos actualmente bajo influencia de pandillas para el tráfico de drogas. Su elección demuestra un creciente temor por el aumento de las tasas de crimen y homicidio del país, con votantes anti-titulares e impulsados por enojo buscando un cambio significativo. Su compañera de candidatura, Verónica Abad, representa puntos de vista de derecha, lo que aumenta las esperanzas de que el enfoque más centrista de Noboa marque el comienzo del cambio tan necesario que busca Ecuador.

Finalmente, mientras se acerca la ronda final de las elecciones en Argentina, el país se encuentra en una encrucijada, y el voto anti-titular y de enojo han sido factores principales definitorios en el período previo a las elecciones del 22 de octubre. El favorito después de las primarias de agosto, Javier Milei, ha promovido sus posturas políticas radicales, y la retroalimentación de la población argentina ha sido significativa, aunque inesperada. Milei, un candidato libertario, ha llamado la atención por sus propuestas audaces, incluyendo el cierre de los ministerios de salud y medio ambiente, la abolición del peso y el banco central, y la dolarización de la economía. Sus posturas sobre temas como el aborto, el control de armas y su estilo populista han traído comparaciones con líderes como el ex-presidente de Estados Unidos Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro.

Este fervor por Milei es parcialmente un reflejo del descontento amplio con el status quo en Argentina. El presidente actual Alberto Fernández, quien anunció en abril de 2023 que no buscaría la reelección, se retira en medio de la caída en picado de los índices de aprobación. Las razones subyacentes de esta insatisfacción son complejas, pero incluyen luchas económicas que se vieron exacerbadas por el impacto de la pandemia de COVID-19. Estas dificultades económicas brillan con estadísticas que muestran que aproximadamente el 50% de los niños argentinos viven en la pobreza y una inflación anual superior al 100%.

La plataforma polarizadora y radical de Javier Milei presenta un marcado alejamiento de las políticas del presidente saliente Fernández. Este cambio radical es una manifestación del enojo del electorado y el sentimiento anti-titular, que refleja el deseo de un cambio profundo en la política nacional. Para asegurar la victoria en las elecciones de octubre, Milei habría necesitado obtener el 45% de los votos directamente o al menos más del 40% de los votos con una ventaja de al menos 10 puntos sobre sus principales oponentes, Patricia Bullrich del Partido Propuesta Republicano y Sergio Massa del Frente de Renovación, un partido peronista que fundó. Esta elección, que ha conducido a una segunda vuelta en noviembre, demuestra el punto hasta el qué los argentinos están hartos de la actual situación económica de declive. El sentimiento del voto de enojo es palpable, con la población buscando un cambio radical y abrazando con entusiasmo a los candidatos que abogan por un cambio radical. En este caso, la votación anti-titular se expresó en abril, cuando el presidente Fernández se retiró de la carrera presidencial debido a la disminución de sus índices de aprobación. Esta elección presidencial de 2023 tiene el potencial de ser un momento decisivo en la historia de la nación y en su relación con el resto del mundo.

El resultado de las elecciones del 22 de octubre en Argentina habla mucho de las prioridades de los votantes. El éxito de Sergio Massa en asegurar la mayor parte de los votos indica su aprovechamiento de los temores de los votantes sobre posibles ramificaciones de las propuestas políticas radicales de Javier Milei. A pesar del deseo de cambio, los votantes temen que las ideas de Milei puedan exacerbar la ya frágil situación económica, a pesar de que Massa se desempeña actualmente como Ministro de Economía durante una de las crisis económicas peores de Argentina. Este resultado inesperado también muestra avances posibles en los votantes considerando las plataformas ideológicas de los candidatos en lugar de votar con sus emociones. La inminente segunda vuelta de las elecciones de noviembre sin duda proporcionará más información sobre el panorama político de Argentina y la dirección que sus votantes desean seguir.

El voto anti-titular y el voto de enojo son temas presentes a lo largo de la historia latinoamericana hasta hoy en día, contribuyendo en gran medida al extremismo político. Estos temas pueden estar presentes tanto en la izquierda como en la derecha. Es importante que los ciudadanos voten sobre la base de cuestiones y no de emociones. Esto probablemente requerirá compromiso y colaboración a través de las divisiones políticas, y los líderes tienen que superar sus diferencias para empujar a América Latina hacia una posición de cambio más gradual.